sábado, 2 de junio de 2012

Nieblas en el Norte

Las neblinas norteñas flotaban con un aire misterioso sobre el frío páramo de Golthmog. En medio de la planicie se alzaba la antigua Torre de Ullug. Desde ella podría establecerse una cabeza de puente con la que asolar el territorio no muerto. Draggak lo sabía y estaba dispuesto a tomarla costase lo que costase.

Al otro lado de campo de batalla los muertos se habían alzado de entre los soldados que antaño habían derramado su sangre en aquel frío paraje. A las órdenes de un mortecino nigromante los necrófagos y horrires de la cripta habían decidido salir de sus putrefactas guaridas. Y un grupo de caballeros vampiro se habían preparado para el combate. Sin embargo lo que más preocupaba al maestro carnicero era el carruaje espectral del que emanaban extrañas energías.

Al menos la avanzadilla que había enviado ya tenía controlada la torre. El nuevo cazador de la tribu y la jauría de sables estaban prestos al defenderla.

Draggak dió la orden de avanzar. Los yehtis que habían descendido desde las cimas nevadas se lanzaron conteo los lobos espectrales que amenazaban el flanco derecho y los descuartizaron sin problemas y lo mismo hicieron los dientes martirio en el otro flanco.

El resto del ejército avanzó y tomo posiciones.

Entonces los no muertos comenzaron su marcha. Los caballeros se lanzaron contra los babosos de Uggluk y diezmaron a la unidad. Pero entonces hicieron despertar el alma del dragón del frío de su estandarte que congeló a dos de los jinetes y facilitó que los ogros mataran a otro tres. Tan solo el portaestandarte no muerto quedó en pie. Los ogros después de aquello se envalentonaron y decidieron mantenerse firmes contra su horrendo oponente.

Los dientes martirio se vieron envueltos por los almas que aullaban entre las fosas de aquel ancestral campo de batalla y tan solo pudieron esquivar su frío gélido.

Pronto las huestes de los no muertos se acercaron a la torre y los horrores de la cripta treparon sus muros e hicieron huir al cazador y a su jauría de felinos. Los zombis y el carruaje lleno de espectros se abalanzaron contra los Tripas Férreas que aguantaron el asalto de las criaturas no muertas. Otra jauría fantasmal se lanzó contra los Trotamundos de Böragg y estos prefirieron alejarse de los espectros.

El cañón de los Titanes lanzó una andanada tras otra y, a pesar de las advertencias de el carroñero gnoblar, el sueltafuegos se dejó llevar por el frenesí que le causaban los estallidos u el olor a pólvora. Finalmente el cañón se volatilizó en una bola de fuego y humo y los pedazos del enorme rinobuey quedaron esparcidos por el Páramo.

A pesar de los intentos de retomar la torre, era como si el cazador y los dientes de sable se estrellaran contra las rocas de un acantilado. En el centro del campo de batalla, la escolta del Maestro Carnicero consiguió acabar con los tambaleantes muertos vivientes y con el fantasmal carruaje. De éste salieron aullando los espíritus de los muertos que estaban encerrados en su interior y se llevaron consigo las almas de algunos vivís y los espíritus que animaban algunos guerreros no muertos.

Draggak decidió cargar contra la siguiente línea de batalla del
Nigromante y cargó contra una hueste de necrófagos que se parapetaba detrás de una barricada en llamas. Pronto se vieron reforzados por los supervivientes de lis Babosos que habían dejado malherido al Vampiro que portaba el estandarte del ejército.

Las bajas en ambos bandos fueron numerosas pero los ogros se mantuvieron firmes incluso cuando los necrófagos fueron reforzados por la guardia personal del nigromante, una temible unidad de tumularios, y por una horda de zombis que se levantaba a sus espaldas.

Pronto los necrófagos fueron barridos del combate y los giros se reorganizaron para cargar contra los zombis y abrir una vía de escape hacia la retaguardia.

Mientras los yehtis supervivientes fueron acabando con sus gélidas armas con todas lis fantasmas que sobrevolaban el campo de batalla.

En flanco derecho los jinetes de dientes martirio acabaron con los últimos necrófagos del ejército y el cazador decidió integrar cazar al nigromante, el cual prefirió huir a enfrentarse con el enorme enemigo.

Los Trotamundos tomado el relevo en el asalto a la torre y gracias a las bocanadas de fuego de Böragg lograron diezmar a los horrores.

Ni siquiera eso fue suficiente para desalojarles de la torre y cuando los esqueletos se lanzaron contra los Trotamundos y los tumularios se acercaron peligrosamente hacia el maestro carnicero, Draggak ordenó a las tropas supervivientes retirarse hacia las tierras de los Hambrientos.

Draggak y las tropas de los Hambrientos habían descubierto que estos no muertos no eran tan manejables como las hordas de sus ahora desaparecidos aliados. Seguro que su Déspota no vería con buenos ojos la derrota y Draggak sufriría la ira de su líder. Tan solo el placer de haber dejado malherido a unos de los lugartenientes de Charlotta le haría pasar mejor ese mal trago.

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